• Prólogo

    Es un texto breve que se encuentra al principio de una obra; puede ser escrito por el mismo autor o por otra persona. El prologuista utiliza la primera persona gramatical con un tono familiar y afectivo para presentar la obra y hacerla más cercana al lector. Si el prologuista es alguien distinto al autor de la obra, generalmente narra sus propias experiencias con esta.

  • Introducción

    El autor presenta algunas características del contenido del libro. Utiliza un tono formal y mantiene cierta distancia hacia el discurso. Por lo general expone el contexto histórico, cultural o social de la obra para que sea mejor comprendida por el lector.

  • Dedicatoria

    El autor ofrece su obra a una o varias personas, generalmente seres muy queridos por él. Utiliza un tono afectivo.

  • Epígrafe

    Son frases de otros autores y el autor las incluye para dar un indicio del contenido de su obra, reconocer la influencia de otros escritores en ella, o establecer un “diálogo” entre su texto y el de otros.

  • Diablo guardián

    “¿Dónde estáis, ángeles míos, a los que nunca merecí?”

    Fiodor Dostoievski, Demonios

    “Desde el principio hasta el final no hay ni una sola cosa recta. Solamente es posible una pregunta ¿juegas?”

    David Grossman, Chico Zigzag

    Velasco, Xavier. Diablo guardián. México: Alfaguara, 2003.

  • El libro y sus orillas

    Para Laura, habitante de mi cuerpo en todos los puntos, de los pies a la cornisa, estas orillas preliminares del escribidor con su pasado en limpio y su futuro ya presente.

    Zavala Ruiz, Roberto. El libro y sus orillas. Tipografía, originales, redacción, corrección de estilo y de pruebas, 3a. ed, UNAM, México, 2003.

  • El ocaso del Porfiriato

    El gran sueño de los escritores del siglo XIX fue vivir de la literatura. El primero en intentarlo fue José Joaquín Fernández de Lizardi quien mandaba imprimir sus propias creaciones y luego las vendía en los portales de la ciudad de México. Lizardi ejercía la libertad de expresión que consagraba desde 1812 la Constitución de Cádiz, lo cual le acarreaba “multas, enjuiciamientos y prisiones”, según refiere Agustín Yáñez.

    Pero mientras Lizardi peleaba duramente contra la pobreza, los arrogantes y aristocráticos árcades que colaboraban en El Diario de México se ofendían con sólo pensar en cobrar por un poema. Dice Luis Mario Schneider que entre ellos no existía “la idea de la remuneración económica del creador […] la cultura, la creación, es consecuencia en parte de las horas libres”. Sólo hasta fines de los años sesenta del siglo XIX Ignacio Manuel Altamirano y José Tomás de Cuéllar plantean claramente que el pago a los escritores es indispensable. Para sufragar los gastos del papel, de la distribución, pero sobre todo para evitar el naufragio económico en medio de las deudas crecientes, tan frecuente en las publicaciones literarias, las revistas piden las suscripciones de sus lectores. Además de la falta de dinero, los escritores y redactores se dan tiempo para pelear contra la indiferencia del público.

    Granados, Pável (Coordinación). El ocaso del Porfiriato. Antología histórica de la poesía en México (1901-1910), FCE, México, 2010.

  • Los relatos de José Revueltas

    En 1960, cuando yo tenía quince años de edad, cayó en mis manos Los muros de agua, el primer libro de José Revueltas. La unión de personajes marginales y de presos políticos en el penal de las Islas Marías, así como la intensidad narrativa de la novela, me impresionaron hondamente. Supe entonces que José era hermano de Rosaura, Fermín y Silvestre Revueltas, y que era un comunista empedernido, al grado de que en su adolescencia fue a dar al reformatorio y después a la cárcel, lo cual le dio tema para su primera novela.

    Revueltas, para mí, sin duda era uno de los autores mayores de la literatura mexicana. Sus seres brotaban de la oscuridad, untados de muerte; de atmósferas sórdidas, opresivas, encerradas, o de plano del submundo en su condición de underworld y de underground. A Revueltas le gustaban las situaciones límite, definitorias, y, como Sartre, recurría a un cierto tremendismo y efectismo, pero los trascendía, o más bien, los manejaba sabiamente. Narraba desde profundidades muchas veces insondables y era oscuro, profundo y poético, pero no se perdía en sus propios códigos porque era muy apto para sacarse de la manga excelentes historias, a veces insólitas y casi siempre notablemente bien armadas, que ocurrían en el campo, en la guerra, en barcos, en cárceles, en hogares de provincia o de clase media urbana, y que él narraba con alta intensidad.

    Su estilo era profuso, abundante en reflexiones, de tramos largos y numerosos adjetivos, que en su caso eran perfectamente justificados, pues se convertían en matices importantes. Oscuro, profundo y poético, de finales noqueadores, tocaba el fondo de las situaciones y los personajes, a los que trataba sin el menor asomo de sentimentalismo y muchas veces sin piedad, como un solitario y terrible demiurgo, de ahí que Emmanuel Carballo dijese que la literatura de Revueltas era "horrorosamente bella".

    Revueltas, José. La palabra sagrada. Antología. Prólogo y selección de José Agustín, Era, México, 2000.

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