Las confesiones de Jean Jacques Rousseau

Nací en Ginebra en 1712. Fueron mis padres los ciudadanos Isaac Rousseau y Susana Bernard. Mi padre no tenía más medio de subsistencia que su oficio de relojero, en el que era muy hábil, pues le correspondió muy poco, o casi nada, de una herencia pequeña repartida entre quince hermanos. Mi madre, hija del reverendo Bernard, tenía más fortuna. Era bella y discreta. No sin trabajo pudo mi padre casarse con ella. Empezaron a quererse desde niños. Entre los ocho y los nueve años paseaban juntos por la Treille; a los diez, ya no podían vivir separados. El sentimiento que había despertado en ellos la costumbre se afianzó por la simpatía y uniformidad de sus almas.

[…] Mi padre, después del nacimiento de mi único hermano, partió para Constantinopla, donde fue llamado para ser relojero del Serrallo. Durante su ausencia, la belleza de mi madre, su entendimiento y sus méritos atraían la admiración de todos. El señor de la Closure, residente de Francia, fue uno de sus entusiastas; debió de amarla apasionadamente, pues hablándome de ella, treinta años después, lo vi enternecerse. Pero mi madre tenía algo más que virtud para eludir sus homenajes: amaba tiernamente a su marido. Instóle a que volviese, y él lo hizo, dejándolo todo. Yo fui el triste fruto de su regreso. Diez meses después nací, débil y enfermo. Costé la vida a mi madre, y mi nacimiento fue el primero de mis infortunios.

No sé cómo pudo mi padre soportar este golpe, pero sé que no logró consolarse nunca de él. Creía verla en mí, sin poder olvidar que yo había causado su muerte. Cada vez que me besaba, yo sentía que en sus suspiros y en sus convulsos abrazos iba mezclado un amargo recuerdo, haciéndolos más tiernos. Cuando me decía: “Hablemos de tu madre, Juan Jacobo”, yo le respondía: “Bueno, padre, vamos a llorar”, y estas palabras hacían brotar lágrimas de sus ojos. “ ¡Ah!”, decía gimiendo, “devuélvemela, consuélame de su pérdida; llena el vacío que en mi corazón ha dejado. ¿Te amaría yo tanto, por ventura, si no fueses más que hijo mío?” Murió cuarenta años después de haberla perdido, en brazos de una segunda mujer, pero con el nombre de mi madre en los labios y su imagen grabada en el corazón.

Tales fueron los autores de mis días. De cuantos dones les había concedido el cielo, solo me legaron un corazón sensible que, si a ellos los hizo dichosos, fue causa de todas las desgracias de mi vida.

Nací casi moribundo. Había pocas esperanzas de salvarme. Vine al mundo con el germen de una dolencia que los años han reforzado y cuyos intervalos solo me sirven para sufrir más cruelmente de otra manera. El cuidado extremo de una hermana de mi padre, amable y prudente mujer, me salvó tomándome a su cargo. En estos momentos vive aún, cuidando, a la edad de ochenta años, a un marido más joven que ella, pero consumido por el abuso de la bebida. ¡Tía querida, os perdono que me hayáis hecho vivir y siento no poder devolveros en vuestra vejez los desvelos que os costó mi infancia!

Fuente:
Rousseau, Jean Jacques. “Las confesiones” (fragmento), en Marcela Guijosa. Escribir nuestra vida. Ideas para la creación de textos autobiográficos,Paidós. México, 1982, pp. 56-57.

  • Infancia de los padres de Jean Jacques Rousseau.
  • Posición económica y social de Isaac y Susana al casarse.
  • Nacimiento del hermano de Jean Jacques Rousseau.
  • Partida del Isaac a Constantinopla.
  • Nacimiento de Jean Jacques Rousseau.
  • Muerte de Susana.
  • Cuidados de la tía al recién nacido enfermo.
  • Añoranza de Isaac por Susana y las conversaciones con el pequeño Jean Jacques.
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