Hasta no verte Jesús mío

Elena Poniatowska

Mi madrastra era gorda, como de treinta años; no era chaparra ni era alta, de regular estatura. Tenía su pelo chino quebrado y usaba trenzas. Siempre andaba con las manos en la cintura como un jarrón, alegando. Se vestía de tehuana y se colgaba sus aretes y sus collares de oro y le brillaban muy bonito. Allá en Tehuantepec se usa mucho el oro en los dientes para que relampaguee a la hora de reírse… [Mi madrastra Evarista me enseñó a no estar de balde. Allí todos trabajaban desde las cuatro de la mañana hasta las siete y ocho de la noche. Me levantaba a las cuatro de la mañana y primeramente por la señal de la Santa Cruz, vístete y anda a rezar; rezábamos, gracias a Dios que ha amanecido y así déjanos anochecer, y luego me tocaba lavar fogones. Se enjuagaban y se enjarraban con cenizas y tenía que mojar toda la ceniza a que quedara bien pegadita como cemento, parejita, muy blanca. Aquellos braceros se veían muy bonitos. Se lavaban piedras para poner la olla a cocer o el café o lo que se fuera a poner; a aquellas piedras muy bien lavadas con escobeta, que quedan limpiecitas, relucientes, les dicen tenamaxtles. Y ya encendía uno la lumbre y mientras servía el café agarraba la escoba y a barrer; ya para las cinco de la mañana estaba hecho el café, nos desayunábamos y a misa. Veníamos de misa y síguele con el quehacer. A las ocho, al almuerzo, lo que Dios le socorría a uno: frijoles refritos con una salsa molcajeteada, una carne asada, juiles asados y atole. Ahora ya almorzaste, ahora síguete lavando los trastes, tanto traste de la cocina, hasta que a las dos de la tarde la comida para todos: caldo, sopa, guisado, frijoles, dulce, fruta.

[…] La señora Evarista no platicaba conmigo nada, nunca platicó ni con mi papá. Ella me golpeaba pero yo no decía nada porque como ya estaba más grande comprendía mejor. Pensaba yo: “Bueno, pues ¿qué ando haciendo de casa en casa? Pues me aguanto en donde mi papá esté ¿A dónde me puedo ir que más valga?” Y esta señora se dedicó a enseñarme a hacer quehacer; me pegó mucho con una vara de membrillo, sí, pero lo hacía por mi bien, para que yo me encarrerara.

Fuente:
Poniatowska, Elena. “Hasta no verte Jesús mío” (fragmento), en Marcela Guijosa. Escribir nuestra vida. Ideas para la creación de textos autobiográficos, Paidós, México, 1982, pp. 126-127.




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