Tengo el impuro amor de las ciudades,
												Y a este sol que ilumina las edades
												Prefiero yo del gas las claridades.
											
											
												A mis sentidos lánguidos arroba,
												Más que el olor de un bosque de caoba,
												El ambiente enfermizo de una alcoba.
											
											
												Mucho más que las selvas tropicales,
												Plácenme los sombríos arrabales
												Que encierran las vetustas capitales.
											
											
												A la flor que se abre en el sendero,
												Como si fuese terrenal lucero,
												Olvido por la flor de invernadero.
											
											
												Más que la voz del pájaro en la cima
												De un árbol todo en flor, a mi alma anima
												La música armoniosa de una rima.
											
											
												Nunca a mi corazón tanto enamora
												El rostro virginal de una pastora
												Como un rostro de regia pecadora.
											
                                           
										 
                                        
											
												Al oro de las mieses en primavera,
												Yo siempre en mi capricho prefiriera
												El oro de teñida cabellera.
											
											
												Fuente:
												José Emilio Pacheco, "Prólogo" a Poesía modernista, una antología general. México: SEP/UNAM, 1982 (Clásicos Americanos, 39), p. 67